Quattro anni fa abbiamo concluso il sesto Congresso Internazionale sull’Architettura Religiosa Contemporanea con una visita a Braga e alla zona nord di Porto. Il viaggio, organizzato dagli architetti João Luis Marques e João Alves da Cunha, ha visto protagonista lo studio Cerejeira Fontes, che ci aveva gentilmente prestato l’immagine che illustrava il manifesto dell’evento. Tra le altre chiese, abbiamo visitato il minuscolo oratorio Árvore da Vida (38 m2), che si trova all’interno del dormitorio del Seminario di Braga ad uso esclusivo degli studenti, e le cappelle Imaculada e Cheia de Graça, che occupano quella che era la chiesa dello stesso edificio.
Conoscevo poco il lavoro di questi architetti e devo dire che mi ha fatto un’impressione molto piacevole. La scala degli spazi, la comprensione liturgica, lo studio dell’uso e del funzionamento di queste architetture erano assoluti. E sia la creatività che si percepiva a ogni passo sia l’attenzione ai dettagli hanno reso queste visite un vero piacere. Nelle sue opere si percepiva un respiro nuovo, la convinzione che il programma ecclesiastico fosse ancora vivo e che l’architettura potesse ancora rispondere alle esigenze spaziali dei credenti del nostro tempo, così come aveva fatto per quelli di altre epoche.
Dopo la sosta obbligatoria alla chiesa di Marco de Canavezes, il tour si è concluso a Porto. Pensavamo che non ci fosse altro, ma ci sbagliavamo: il meglio doveva ancora venire. Ci è stata proposta la visita di una chiesa brutalista a Cedofeita – un quartiere piuttosto centrale della città – che era stata recentemente restaurata dopo un terribile incendio. Ad essere sincero, non ero preparato a quello che ho visto.
La costruzione era molto possente e, dopo aver salito alcuni gradini monumentali e aver attraversato il battistero – come da canone -, mi è apparso davanti agli occhi il grande contenitore, il cui vuoto si colorava di un blu intenso proveniente dalle vetrate sopraelevate. L’atmosfera era quasi subacquea, a metà tra l’inquietante e il rilassante. Era chiaro che lo spazio era stato completamente modificato e, se prima era direzionale, ora era avvolgente. I posti a sedere circondavano i poli liturgici autoportanti, disposti sullo stesso piano del resto della chiesa. Erano di magnifica pietra dorata – forse onice – e poggiavano su grandi lastre di marmo bianco, perfettamente scanalate. Nell’antico presbiterio, ora in penombra, il Cristo risorto si trovava su rocce spezzate, mentre la croce e una piccola immagine del Sacro Cuore poggiavano sul pavimento.
Sullo sfondo è apparso uno strano marchingegno: una costruzione indipendente costituita da un’intelaiatura tridimensionale in legno, racchiusa all’esterno da grossi pezzi di cemento prefabbricato e rivestita all’interno da lastre di quarzite grezza. Si trattava indubbiamente di un luogo di preghiera. Una bella urna poliedrica, forse del XVIII secolo, attirò subito l’attenzione: era il tabernacolo (questo l’ho capito in seguito).
Molti di noi decisero di rimanere per la messa serale che iniziava a quell’ora. Potevo vedere come si svolgeva la cerimonia: i movimenti lenti del sacerdote, la tensione che esisteva tra i poli liturgici, l’atmosfera magica creata dalla sottile illuminazione, realmente magistrale, dei punti focali, delle immagini devozionali e della croce. Mi sembra di ricordare che l’organo accompagnasse il canto, ma anche se non fosse vero, nella mia testa lo sento suonare.
Quattro anni dopo continua a suscitarmi una sana invidia il fatto che una grande diocesi come quella di OPorto si sia affidata a Cerejeira Fontes per creare una vera opera d’arte sacra. Non conosco nulla di simile in Spagna.
Esteban Fernández-Cobián
TESTO ORIGINALE
Hace ahora cuatro años terminábamos el sexto Congreso Internacional de Arquitectura Religiosa Contemporánea realizando un tour por Braga y el norte de Oporto. El viaje, organizado por los arquitectos João Luis Marques y João Alves da Cunha, tuvo como protagonista al estudio Cerejeira Fontes, que amablemente nos había cedido la imagen que ilustraba el cartel del evento. Entre otras iglesias, visitamos su minúsculo oratorio Árvore da Vida (38 m2), que se encuentra dentro del cuerpo de dormitorios del Seminario de Braga para uso exclusivo de los estudiantes, y las capillas Imaculada y Cheia de Graça, que ocupan lo que en su día fue la iglesia del mismo edificio.
Apenas conocía el trabajo de estos arquitectos, y debo decir que me causó una gratísima impresión. La escala de los espacios, su entendimiento litúrgico, el estudio del uso y del funcionamiento de estas arquitecturas era absoluto. Y tanto la creatividad que se percibía a cada paso como el cariño por el detalle hicieron de esas visitas un auténtico placer. En sus obras pude percibir un nuevo aliento; el convencimiento de que el programa eclesial seguía vivo y que la arquitectura todavía podía dar respuesta a las necesidades espaciales de los creyentes de nuestro tiempo, al igual que lo había hecho con los de otras épocas.
Tras el paso obligado por la iglesia de Marco de Canavezes, el tour terminó en Oporto. Creíamos que ya no había más, pero nos equivocamos: faltaba lo mejor. Nos propusieron visitar en Cedofeita —un barrio bastante céntrico de la ciudad— una iglesia brutalista que había sido recientemente intervenida tras un pavoroso incendio. Sinceramente, no estaba preparado para encontrarme con lo que allí vi.
La construcción era muy poderosa, y tras subir unas escalinatas monumentales y cruzar el baptisterio —como mandan los cánones—, el gran contenedor apareció ante mis ojos, mostrando su vacío coloreado de un intenso azul que provenía de unas vidrieras elevadas. El ambiente era casi submarino, entre inquietante y relajante. Estaba claro que el espacio había sido totalmente modificado, y si un día había sido direccional, ahora era envolvente. Los asientos rodeaban los polos litúrgicos exentos, desplegados sobre el mismo plano que el resto de la iglesia. Estaban realizados en una magnífica piedra dorada —acaso ónix— y apoyados sobre grandes planchas de mármol blanco perfectamente aristadas. En el antiguo presbiterio, ahora en penumbra, el Resucitado se levantaba sobre unas rocas rotas, mientras la cruz y una pequeña imagen del Sagrado Corazón quedaban apoyadas en el suelo.
Al fondo apareció un extraño artilugio: una construcción independiente formada por un armazón tridimensional de madera, delimitado por grandes piezas de hormigón prefabricado al exterior y revestido de bastas planchas de cuarcita al interior. Sin duda se trataba de un lugar para orar. Una preciosa urna poliédrica, tal vez del setecientos, atraía de inmediato la visión: era el tabernáculo (eso lo deduje después).
Muchos de nosotros decidimos quedarnos a la misa vespertina que comenzaba en aquel momento. Pude comprobar cómo se desarrollaba la ceremonia: los movimientos pausados del sacerdote, la tensión que existía entre los polos litúrgicos, la atmósfera mágica que creaba la sutil iluminación, realmente magistral, de los puntos focales, de las imágenes devocionales y de la cruz. Creo recordar que el órgano acompañó los cantos, pero aunque no fuera cierto, en mi cabeza lo oigo sonar.
Cuatro años después me sigue produciendo un sana envidia el hecho de que una gran diócesis como la de Oporto haya sabido depositar su confianza en Cerejeira Fontes para crear una verdadera obra de arte sacro. En España no conozco nada parecido.
Foto Jose Campos